LA CLAVE DEL AROMA Y EL
AMARGOR DE ESTA BEBIDA MILENARIA REPOSA EN UNA PLANTA TREPADORA
EMPARENTADA CON LA MARIHUANA.
¿Te apetece una cerveza bien fresquita? Seguro que sí. Sola
o acompañada de una tapa, triunfa en nuestro país: cada español consume casi
50 litros de birra al año de media. Y a pesar de esta aficción, resulta difícil
encontrar a alguien que sepa cual es el ingrediente que le confiere su
verdadera personalidad. Lo primero que nos viene a la cabeza es la cebada y, quizá,
el trigo de algunas especialidades belgas y alemanas. Pero su aroma y exquisito
amargor, además de la consistencia de su espuma, esconden un componente secreto
tan natural como los anteriores: el lúpulo, Humulus lupulus, una planta
trepadora perteneciente a la familia de las cannabáceas. Prima lejana de la
marihuana, su fruto se asemeja a una pequeña piña verde de unos tres
centímetros.
El insigne arqueólogo parisino Henri Hubert (1872-1927)
demostró que los babilonios ya lo recolectaban hace 6000 años para elaborar un
brebaje que llamaban sikaru, bastante parecido a la cerveza actual. Después,
los romanos tomaban los brotes de esta planta como si fuesen espárragos y
aromatizaban sus platos con ella. En la actualidad, el lúpulo sigue siendo
degustado en ensalada, hervido, en sopas, en revueltos o seco por belgas y
franceses.
También se ha empleado con fines terapéuticos. En primer lugar,
tiene un efecto sedante; por eso un par de cervezas causan una ligera
somnolencia, popularmente atribuida al alcohol. De hecho, las almohadas se
rellenaban con hojas de lúpulo para combatir el insomnio.
No acaba aquí la lista de propiedades beneficiosas de este
vegetal trepador: su acción antibacteriana lo hace aconsejable para tratar
infecciones de riñón, y sus bondades antiinflamatorias mitigan los eccemas, las
dermatitis y otras afecciones de la piel, o dolencias reumáticas, como la
artritis y la gota.
Deliciosa amargura. El saber popular lo prescribe para
estimular la libido, un efecto no comprobado. Por último, podemos encontrarlo
entre los ingredientes de productos de belleza y aseo personal, caso de
jabones, champús, geles o perfumes.
Fueron las citadas propiedades
antisépticas las que llevaron a los monjes de la abadía de Lobbes, en Valonia
(Bélgica), a añadir lúpulo en la fabricación de cerveza en el año 868. Sin
saberlo, lograron, además de mejorar la higiene y la conservación, una bebida
más apetitosa. Su uso se extendió tanto que, en 1516, el duque bávaro Guillermo
IV lo incluyo en la llamada ley de la pureza, que solo permitía tres
ingredientes para elaborar cerveza: agua, cebada o trigo y lúpulo.
Ir a la segunda parte.
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